Al igual que ocurre con el colesterol, las grasas no son malas de por sí. Su función es la de darnos la energía que necesitamos para el día a día. Por eso, en ningún caso debemos eliminarlas de nuestra dieta sino elegir aquellas que sean más beneficiosas para nuestro organismo. Os explicamos qué tipo de grasas son saludables y cuáles no.
Grasas trans – No saludables
Aunque están presentes de forma natural en algunos alimentos como los lácteos y las carnes rojas, las grasas trans provienen principalmente de productos industrializados que han sido sometidos a hidrogenación: bollería industrial, precocinados, frituras… Su consumo continuado es peligroso para la salud, ya que aumenta el colesterol LDL y disminuye el HDL. Por eso, las grasas trans deben representar menos del 1% de la ingesta calórica total diaria.
Grasas saturadas – No saludables
Este tipo de grasa es frecuentemente sólida a temperatura ambiente y se encuentra en alimentos como la mantequilla, el aceite de palma y de coco, el queso y la carne roja. Consumir demasiada grasa saturada conduce a enfermedades cardíacas y otros padecimientos de salud. Por lo general, se recomienda que las grasas saturadas constituyan menos del 10% de la dieta.
Grasas poliinsaturadas – Saludables
Se encuentran en alimentos como el salmón, los aceites de semillas, la soja y los frutos secos y se sabe que pueden tener beneficios para el corazón. El organismo no puede producir este tipo de grasa por sí mismo, así que deben ser incorporadas a través de los alimentos. Pese a considerarse una grasa saludable, su ingesta debe ser moderada: no más del 7% de la energía total ingerida.
Grasas monoinsaturadas – Saludables
Las monoinsaturadas tienen forma líquida a temperatura ambiente, pero comienzan a endurecerse cuando se enfrían. Se encuentran especialmente en alimentos como las aceitunas, el aceite de oliva, los frutos secos y el aguacate. Entre otras bondades, regulan funciones fisiológicas del organismo y ayudan a mejorar la absorción de los nutrientes. Las grasas monoinsaturadas deben ser mayoritarias en cualquier dieta y llegar al 15-20% de la energía total ingerida.